Hace años leí una reflexión en un libro de ciencia. Como no recuerdo el ejemplo exacto, lo explicaré con mis propias palabras.
Si nosotras, adultas, cogemos un vaso de agua y lo vertemos, esperamos que el agua caiga al suelo. Si la viésemos elevarse hacia el techo nos quedaríamos alucinadas y sin creernos lo que estamos viendo.
En cambio, para un niño muy pequeño y sin ninguna experiencia con vasos de agua, tan normal (o tan extraordinario) será que el agua vaya hacia arriba como que vaya hacia abajo.
Esto es porque nosotras, adultas, tenemos expectativas creadas según nuestras experiencias anteriores, lo que nos hayan contado sobre el asunto y nuestras propias deducciones.
En los fenómenos físicos hay unas normas que explican el comportamiento de la materia y las cosas suelen ocurrir siempre de la misma forma según las circunstancias.
Pero los aspectos educativos pueden tener muchas más posibilidades.
Yo propongo no crear expectativas rígidas en los niños, dejarles que aprendan desde distintas metodologías para que sepan que hay varios caminos para llegar al mismo sitio, darles los instrumentos necesarios para que ellos mismos formulen sus propias preguntas e intenten encontrar sus propias respuestas, dejarles que saquen sus conclusiones y que lleguen solos a la sorpresa.
No les digamos qué cosas son las que les tienen que asombrar, dejémosles que lleguen solos a esos instantes tan emocionantes.
Y por supuesto, seamos acompañantes y estemos a su lado cuando esos momentos ocurran.