Una de mis asignaturas en la universidad era Psicología Social. Entre todas las cosas que aprendí, me resultó muy interesante todo aquello relacionado con el comportamiento de los individuos dentro de un grupo y el hecho de comprobar cómo podemos cambiar en nuestros actos según estemos solas o entre otras personas.
También la necesidad del ser humano de pertenecer a un grupo y lo qué se puede llegar a hacer para ser aceptado, pasando por la obediencia a un líder y qué cosas son capaces de hacer las personas amables, educadas y mentalmente sanas... Me fascinaban todos aquellos estudios, al mismo tiempo que sus conclusiones me asustaban muchas veces y sobretodo me hacían cuestionarme un montón de cosas.
En 1955, Solomon Asch buscó voluntarios para participar en un supuesto experimento sobre percepción, que en realidad era una investigación acerca de la conformidad de los individuos dentro de un grupo.
La escena estaba compuesta por el investigador y un grupo de unos ocho voluntarios, de los cuales sólo uno era el voluntario real, el resto eran "cómplices" del experimentador.
Se presentaba una imagen con tres líneas verticales de diferente longitud, eran longitudes parecidas pero claramente diferentes a simple vista. Se trataba de decir cuál de las líneas era la más alta.
Todos los miembros del grupo tenían que dar la respuesta en voz alta ante los demás y al voluntario le dejaban para contestar en último lugar. Por consenso, todos los anteriores daban la misma respuesta equivocada y al llegar el turno del "sujeto del experimento", este dudaba, se lo pensaba mucho, no sabía muy bien qué decir a pesar de saber cuál era la respuesta correcta... y finalmente se comprobó que 3 de cada 4 personas se conformaban y daban una respuesta que sabían que era incorrecta con tal de adaptarse a la opinión mayoritaria del grupo.
Situaciones de este tipo ocurren continuamente, en muchos ámbitos y por parte de muchas personas. Quizá en alguna ocasión nosotras mismas nos hemos visto en un caso parecido.
Al fin y al cabo, la longitud de unas líneas es algo objetivo, basta con coger un metro y salir de dudas.
Pero la cosa se complica cuando hablamos de principios, creencias, valores, etc.
Es por eso que propongo educar a nuestros hijos en la valentía de defender los propios criterios aunque eso implique llevar la contraria a todo el grupo.
Firmeza, fortaleza y principios sólidos que debemos inculcarles desde pequeños.
Para ello es imprescindible una buena autoestima que se favorece desde la familia, educando con amor y respeto.
Situaciones de este tipo ocurren continuamente, en muchos ámbitos y por parte de muchas personas. Quizá en alguna ocasión nosotras mismas nos hemos visto en un caso parecido.
Al fin y al cabo, la longitud de unas líneas es algo objetivo, basta con coger un metro y salir de dudas.
Pero la cosa se complica cuando hablamos de principios, creencias, valores, etc.
Es por eso que propongo educar a nuestros hijos en la valentía de defender los propios criterios aunque eso implique llevar la contraria a todo el grupo.
Firmeza, fortaleza y principios sólidos que debemos inculcarles desde pequeños.
Para ello es imprescindible una buena autoestima que se favorece desde la familia, educando con amor y respeto.