El valor de las palabras

En otra época de mi vida, escribir me ayudaba mucho. Sobretodo en momentos de bajón emocional, cuando sentía tristeza o desasosiego, el hecho de traducir todo aquello en palabras le daba otro sentido.
Era importante conseguir un ambiente relajado, una música tranquila, un espacio en calma... sólo eso bastaba para que todo empezase a fluir, sin control, sin premeditación.
Y aquel ejercicio de nombrar hacía que todo tuviese un sentido y un orden dentro de mí.
Las palabras aportaban realidad a mis sentimientos.

Imagino que algo parecido le ocurre a mi pequeño hijo cuando tiene que enfrentarse a sus propias emociones. Emociones que no conoce y que no sabe cómo afrontar.
Y es que los niños pequeños no están preparados para reaccionar de una forma adecuada ante las cosas que sienten.
Si nosotras, adultas,  perdemos el control más de una vez ¿cómo podemos exigirles a ellos que no lo hagan?
Comencemos a hacer reales sus sentimientos, y para ello nada mejor que ponerles nombre.

En mi papel de madre que acompaña, le ofrezco las palabras que él solo no puede buscar.
Pongo nombre a lo que siente para que comprenda que sus sentimientos son reales, que sus emociones existen, que son "cosas" que se pueden manejar.
Es el primer paso para poder comunicarnos, para que mi niño sea capaz de decirme qué es lo que le está pasando.
Más adelante, cuando esté preparado, juntos veremos de qué formas podemos gestionar esas emociones.

Por ahora yo le presto las palabras que le ayuden a dar forma a todo su mundo emocional, como antes lo hacía para mí misma.
Es un préstamo generoso, sin devolución posterior.
Palabras que permiten tocar los sentimientos y comprender qué es lo que nos sucede.